El derecho al fracaso: cómo lograr que la exigencia y el éxito dejen de angustiarnos.

Nos enseñan a ser triunfadores sin importar si las expectativas nos sobrepasan, pero comprender que el éxito es un mal maestro y que experimentar el fracaso puede ser un gran aprendizaje puede cambiar nuestras vidas

En una sociedad competitiva, el fracaso es un lastre. Una lacra a evitar. Quienes fracasan cargan con la etiqueta de ser unos perdedores en una carrera vital en la que se aspira a alcanzar posición, reconocimiento, fama y éxito. La necesidad de triunfar genera cada vez más ansiedad. No sólo entre los adultos, sino también entre los más jóvenes. La cultura del like no acepta patitos feos, freaks o nerds. Lo atípico, excéntrico e incluso auténtico se penaliza porque uno ha de encajar según los cánones establecidos de persona triunfadora y de éxito.

Si uno quiere mantenerse ajeno o invulnerable a esta presión debe cuidarse mucho la autoestima. Pero esto no es una tarea fácil. Todo empieza en la infancia, donde el entorno familiar empieza a sembrar unas expectativas que se filtran en nosotros como los primeros atisbos de exigencia. Los tiempos han cambiado: por suerte, lo esperado de hombres y mujeres se equipara, pero nadie escapa al anhelado éxito profesional y social.

No ganar un gran sueldo o alcanzar una posición acomodada, al igual que “fracasar” en un matrimonio o en una relación conyugal puede suponer un infierno personal difícil de sostener. Somos muchas las personas que hemos fracasado en uno o diversos aspectos de nuestra vida, quienes no hemos cumplido aquello que se esperaba de nosotros. Pero, ¿debemos por ello ser condenados a vivir infelices toda la vida?

Fracasar es un derecho, una parte de ese viaje que es la vida y para nada debemos avergonzarnos de ello. Aceptar nuestros fracasos es una forma de valentía, responsabilidad y madurez. El fracaso nos enseña muchas cosas. Por ejemplo, a ser más humildes, imperfectos y humanos. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse y fracasar alguna vez en la vida. De hecho, grandes personajes de nuestra historia fueron ilustres fracasados.

Oscar Wilde ha sido una de las mentes más brillantes e ingeniosas que ha dado la literatura británica. El día de San Valentín de 1895 triunfaba entre la alta sociedad londinense en el estreno de su obra La importancia de llamarse Ernesto. Aquel era su tercer éxito rotundo de público y de crítica. Sólo unos meses más tarde, estaba en la ruina más absoluta y a punto de ser encarcelado. En 1892 había iniciado una relación sentimental con el joven lord Alfred Douglas. Se llevaban 16 años. Viajaron juntos y la sociedad empezó a chismorrear hasta que el artista fue llevado a juicio. En la era victoriana la homosexualidad estaba penada. Fue condenado a dos años (1895-97) en la prisión de Reading. En su último año escribió un angustioso ensayo titulado De profundis, donde decía cosas como “la única gente con que la que querría estar ahora es con artistas y gente que haya sufrido: aquellos que saben lo que es la belleza y la pena. Ya no me interesa nadie más.”

En mayo de 1897, salió de prisión y huyó a Francia, donde se reencontró con su amante. Mientras, su esposa desaparecía y se llevaba a sus hijos para siempre. Wilde murió en París al año siguiente cuando tenía 46 años. Más de un siglo después, en 2017, se aprobó una ley que exoneraba a los convictos por homosexualidad. Oscar Wilde obtuvo una disculpa oficial por parte del gobierno británico.

La historia de Oscar Wilde es sólo un ejemplo de muchos. Si pensamos en pintura podríamos recordar la historia del fracaso de Vincent Van Gogh; o en cine, la de Charles D. Griffith, el padre de la moderna cinematografía.

Tipos de fracaso.

En el amor: Hay quien cree que no hay forma más efectiva de voltear una vida equilibrada y sensible que caer en las tragedias propias del amor. Enamorarse puede ser algo maravilloso y a la vez altamente trágico. Pero ¿quién no ha tenido desengaños amorosos? Y al final, ¿que es mejor, no jugar a este juego y quedarse en una mediana normalidad o apostar por vivir la vida intensamente? Cada persona decide, pero si uno fracasa en el amor, no debe atormentarse con la culpa. Es algo que puede suceder y que nos curte hasta que tal vez algún día llegue la persona de nuestra vida sino la hemos encontrado ya.

En el trabajo: Nos identificamos con el trabajo y a él le dedicamos las décadas más importantes de nuestra vida. No obstante, no siempre alcanzamos o cumplimos las expectativas creadas. En ocasiones sobreestimamos nuestros talentos y las cosas no son tan fáciles en un mundo tan competitivo. Si lo llevamos mal, nos volvemos irascibles y envidiosos, pero no triunfar en algo no quiere decir que no podamos reinventarnos para hallar otra posición en la podamos brillar más. A veces, es sólo una cuestión de conectar con los propios dones, no aquellos atribuidos a la persona que queríamos ser.

En la reputación: parecido al anterior pero más vinculado a lo social. La reputación se construye según el juicio ajeno, lo cual es muy volátil porque atiende a prejuicios y elementos aleatorios. Por eso no habría que obsesionarse demasiado con ello. Una buena autoestima es la gran cura a la mala reputación. Ser honestos con uno mismo y con los demás es lo importante. No hay que presionar a los demás para que nos juzguen correctamente. En esto es mejor ser autónomo e independiente a los juicios ajenos.

En la familia: El grupo familiar puede ser un cálido hogar o un laberinto de tensiones. Buscamos tener sanos y próximos vínculos con los nuestros, pero no siempre es posible. La moral e ideología se imponen muchas veces, para tolerar o condenar una ruptura conyugal, el abandono de una posición, una decisión determinada que afecta al grupo. Probablemente, la familia es uno de los grandes temas sino el principal del crecimiento personal. Todos llevamos alguna que otra herida, por lo que no debemos condenar nuestro propio fracaso ni el de nuestros progenitores de un modo radical.

Claves para lidiar con el fracaso

 Sentido de identidad y autoestima: La conciencia de uno mismo y la propia valoración son claves para trascender un fracaso y convertirlo en un aprendizaje. Aceptar que podemos fallar sin que se acabe el mundo. Todo es cambio y si creemos en nosotros, las situaciones se revierten. Para esto es fundamental poseer compasión y gratitud hacia uno mismo, sin importar lo que suceda.

Una nueva actitud: transformar el fracaso con una actitud basada en cuatro pilares: sentido del humor, amabilidad, gratitud y humildad

 Sociabilizar y compartir con los amigos: buscar ayuda y apoyo en los demás es algo encomiable que no debe avergonzarnos. Las amistades y las relaciones son una red de apoyo que nos ayudan a salir de las peores situaciones o esos momentos en los que creemos haber fracasado.

 Tiempo: Ir más allá del tiempo pasado. No quedarse anclado en el momento del fracaso. Ni andar rebuscando en sus causas o motivos. Avanzar contemplando cada día como una nueva oportunidad de cambiar y avanzar hacia un nuevo escenario.

 Abrir horizontes: nuevas perspectivas, viendo la vida desde distintos puntos de vista, no desde un pensamiento unilateral y limitante. Todo es posible. Las cosas son relativas, no todo es tan absoluto, oscuro y deprimente como en ocasiones pensamos.

Fuente: La Vanguardia

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